domingo, 20 de julio de 2008

Invitación a la Lectura.

La experiencia cuando se ingresa a una librería, cada vez es diferente; algunas veces se hace en búsqueda de un autor o libro específico, otras, se va a novelerear. Para los aficionados a la lectura; es un rito, porque invade esa emoción de descubrir, siempre, algo desconocido. Una atracción irresistible por observar los libros: títulos, autores (as), la calidad de las ediciones.
Esta afición, también se vuelve peligrosa, como la película, porque de repente, ataca la compulsión y se termina comprando libros, que al momento de registrar no se sabe de cual desprenderse porque no alcanzó el dinero.
En una de estas entradas, vi en la librería “La primera nieve en el Monte Fuji”, el libro me sedujo, es cierto, no es una personificación, es una edición económica, sencilla, pero plastificada, el título está en New Roman; la portada tiene una combinación perfecta de colores: blanco, negro y azul. En ella aparece una japonesa hermosa, de mirada serena; el autor es Yasunary Kawabata, el nombre sin duda armonizaba con el libro.
Esa misma noche, empecé a leerlo, al otro día, lo terminé y envíe a mis contactos mediáticos un comentario: dos horas de lectura, cuatro horas de placer.
Por primera vez, me encontré con Yasunary, el escritor tiene un estilo claro, breve; sin explayarse en montones de palabras, le da belleza litería a cada frase corta, deja pausas para permitir al lector, pensar.
Luego, leí “La bailarina de Izu”, en la portada, la japonesa peina su larga cabellera, de atrás hacia adelante, juegan los mismos colores, pero esta vez, aparece una pequeña, casi imperceptible libélula blanca, se agrega un tenue color amarillo y la mirada triste de la joven. Ocurrió igual que la primera vez, lo empecé y no lo solté hasta terminarlo.
Algunos escritores han trascendido tanto, tienen almas tan elevadas que no alcanzamos a comprender, así me pasó. Transcribo un texto acerca del lenguaje, ¡perfecto!

Una oración en lengua materna
rezaban en sueco, la lengua materna. Era como si los recuerdos enterrados hacía tanto tiempo regresaran desde una gran distancia.
Esta es una historia sobre lenguaje. Pero ¿qué nos dice este misterio? Estaba leyendo un libro sobre lingüística.
Fue un hecho que informó el doctor Rush, norteamericano. Había un italiano llamado profesor Scandila. Era maestro de italiano, francés e inglés. Murió de fiebre amarilla. El día que comenzó la fiebre estaba hablando inglés. Ya en medio de la enfermedad, sólo hablaba francés. Y finalmente, en sus últimas horas, habló sólo su italiano nativo. Naturalmente no era que, delirante a causa de la fiebre, tuviera la presencia de ánimo para hacerlo por mera exhibición.
Y esto le sucedió a una italiana que estuvo demente de forma temporal.
Al principio de su locura, hablaba un italiano muy deficiente.
Luego, a medida que empeoraba, hablaba francés. Después de que la enfermedad comenzó a ceder, utilizó el alemán. Y, cuando finalmente se recuperaba, regresó a su italiano nativo.
Un anciano guardabosques del gobierno, que de niño había vivido en la frontera con Polonia, pasó el resto de su vida en Alemania. Durante treinta o cuarenta años no habló polaco ni tampoco lo oyó hablar, así que uno asumiría que se había olvidado por completo la lengua.
Sin embargo, durante las dos horas que estuvo bajo los efectos de la anestesia, habló, rezó, cantó, todo en polaco.
Entre quienes conocía el doctor Rush había un alemán que había trabajado durante varios años como misionero de la Iglesia Luterana en Filadelfia. Le contó al doctor Rush la siguiente historia:
Había algunos ancianos suecos al sur en el sur de la ciudad. Habían pasado unos cincuenta o sesenta años desde que emigraron a los Estados Unidos. Durante ese tiempo rara vez hablaban en sueco, tan rara vez que, de hecho, nadie pensaba que todavía lo recordaban.
Sin embargo, muchas de esas personas, cuando estaban en el lecho a punto de lanzar el último suspiro,
“Este tipo de casos no es nada más que un desliz de la memoria”. Sería la probable respuesta de un psicólogo.
Pero un sentimental, con brazos sentimentales, abrazaría a los ancianos, quienes no pueden menos que rezar en su lengua materna.
Si eso es así, entonces, ¿qué es el lenguaje? Simplemente un código. ¿Qué es la lengua materna?
“Se desarrollaron diferencias lingüísticas entre las tribus bárbaras como recurso de una tribu para esconder sus secretos de las otras”.
Incluso hubo un libro que dijo eso. Si es así, una oración en la lengua materna, lejos de ser una antigua convención humana a la cual estamos intrincadamente ligados, es, quizás, un recurso de sostén emocional. El género humano, con su larga historia es, a esta altura, un cadáver atado a un árbol con las ligaduras, el cadáver simplemente caería al suelo. La oración en la lengua materna es una manifestación de ese patético estado.
No obstante…pero no, él sentía de esa manera porque estaba leyendo un libro de lingüística y recordaba a Kakoyo.
“Quizá Kakoyo es algo así como una lengua materna para mí” La bailarína de Izú, pág 207-209.
Hasta aquí, el Maestro Yasunarí nos da una lección de lenguaje y amor desde la Lingüística, queda algo confuso, cuando se lee por primera vez, le invitó a releer el texto. Es precioso. Desde allí, el autor empieza a hablar sobre Kakoyo. Y más adelante, encontré una posible explicación, aún cuando la métafora de ella con la lengua materna, explica en sí, el amor y el mundo.
“A medida que se acerca la muerte, la memoria se desgasta. Los recuerdos más recientes son los primeros en sucumbir. La muerte trabaja retrocediendo hasta que alcanza los primeros recuerdos dela memoria. Entonces, éste flamea por un instante, como una llama a punto de extinguirse. Ésa es la “oración en la lengua materna” página 215.
Me parece importante, incluir en esta invitación, la biografía del autor, La historia de vida de cada escritor es materia prima para su obra, ahí va:
Yasunari Kawabata
Nació en Osaka en 1899. Huérfano a los tres años, insomne perpetuo, cineasta en su juventud, lector voraz tanto de los clásicos como de las vanguardias europeas, fue un solitario empedernido. Escribió más de doce mil páginas de novelas, cuentos y artículos, y se convirtió en uno de los escritores japoneses más populares dentro y fuera de su país. Su profunda amistad con el escritor Yukio Mishima, del que fue mentor y difusor, quedó registrada en Correspondencia (1945-1970) [Emecé, 2003]. Recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 1968. Entre sus obras, muchas de ellas marcadas por la soledad y el erotismo, se destacan la Casa de las bellas durmientes. Lo bello y lo triste, País de nieve, Mil grullas, El Maestro de Go e Historias de la palma de la mano. Kawabata se suicidó a los setenta y dos años.

1 comentario:

faby castro dijo...

amy esta letctura me parecio super chevere me encanto la parte la cual dice que uno cuando le gusta la lectura busca siempre descubrir algo desconocido y que hay tantas cosas importantes en los libros que hay veces solamente hay para comprar uno. y pues en ocaciones si fuera por uno se los llevaria todos.
ami me encanta la lectura yo pienso que por medio de ella puedo adquirir mucho conocimiento y aprender cosas que aun hasta el momento no sabia.