miércoles, 9 de julio de 2008

Intervención Social y Cultura de Juvenil

¿Cómo incorporar la dimensión cultural en la intervención social con la población juvenil?

Abordar este tópico, implica tratar de profundizar en la dimensión cultural de la nueva generación y, desde allí, asimilar ese conocimiento para accionar una adecuada intervención social, a través de la mediación cultural propuesta por Vigotsky, la cual se debe ejercer desde la escuela. La dimensión cultural de los jóvenes abre un mar de cambios, o mejor aún, en una época de cambios que avizora una juventud muy diferente de la nuestra.

Aproximarse al entendimiento de esta nueva cultura juvenil que sustenta su crianza en un mundo tecnológico e informático, donde la única manera de acceder al conocimiento ya no es la escuela, sino los medios de comunicación, internet, etc.; una juventud que se está formando en una “sociedad teledirigida”, un “Homo Videns” (Sartori), para quienes la autoridad cognitiva ya no es el (la) maestro (a), sino la imagen “con la televisión , la autoridad es la visión en sí misma, es la autoridad de la imagen; no importa que la imagen pueda engañar aún más que las palabras; lo esencial es que el ojo cree en lo que ve, y, por tanto, la autoridad cognitiva es la que más se cree; es lo que se ve: Lo que se ve, parece “real”, lo que implica que parece verdadero” (Pág. 72. “El homo videns”. Sartori.)

A esta cultura de la imagen, propia de la actual juventud, es necesario apropiarla en la intervención social de la escuela; de esta manera, se exige el cambio del viejo pizarrón verde, del mismo y hasta moderno “tablematic”, de la clase magistral y del docente en su menoscabada fama de “sabelotodo”.

Debe la intervención social hacerse desde una nueva “mediación cultural”, en la cual el maestro sea un acompañante y orientador del proceso, que debe saber manejar las nuevas tecnologías, de Internet, y hacer de ellas un buen instrumento para ejercer su mediación.

Puede la nueva cultura digital de los jóvenes conducir al “negropontismo; puede llegar a generar, en un extremo, un sentimiento de potencia alienado y frustrado, y en el extremo opuesto, un público de eternos niños soñadores que transcurren toda la vida en mundos imaginarios. La facilidad de la era digital representa la facilidad de la droga ” ( op.cit.)

Se puede internet convertir en una adicción, y una adicción conduce a otra; es allí donde las nuevas tecnologías deben constituirse en un medio de intervención social a través de la adecuada “mediación cultural” y no en un fin en sí mismas. Ejercer la “mediación cultural” desde la necesidad para el desarrollo de nuestro país de acceder y manejar con propiedad la tecnología, sin abdicar, por ello, en el aspecto humano de la persona.

En este sentido,el Estado debe implementar políticas que permitan al sistema educativo oficial tener igualdad de condiciones locativas, de dotación en recursos materiales (tecnologías, salas de internet, computadores), y lo más importante, docentes en permanente formación e incentivados, frente a los colegios privados. La empresa privada y otras instituciones deben asumir su responsabilidad social con la niñez y la juventud popular. Negar el acceso a la tecnología a los sectores populares incrementa el atraso cultural y las posibilidades de desarrollo en nuestro país. ¿Cuántos niños prodigio estarán en los centros educativos oficiales o, peor aún, en las calles y semáforos y no han sido detectados? ¿Cuántos llegarán a la “deprivación cultural” Feuerstein y a la disminución de sus aptitudes sin que las conozcamos y aprovechemos?

Debe la intervención social desde la escuela asumirse como una “escuela responsable” (Drucker), que trascienda los proyectos educativos del papel a la práctica y los reconozca como actos interactivos que permitan las lecturas del contexto y las particularidades de los estudiantes, escuchar la polifonía del lenguaje y desarrollar un pensamiento crítico-reflexivo que detecte la alineación, la subyugación e intimidación que se ejerce sobre nuestros jóvenes porque usan el pelo largo, pintado, aretes o “percings”.

Para que haya una intervención social acorde con la dimensión cultural de nuestro jóvenes, la formación del (la) maestro (a) debe ser una prioridad; se le debe preparar para el cambio, para la investigación y la concertación inmerso en el fenómeno de la globalización; en este mismo sentido, la intervención social debe contemplar la elaboración de un currículo abierto y coherente con la realidad , el contexto y con la cultura juvenil. Por ejemplo, enseñar en nuestras escuelas, todavía, hoy, a leer con la frase “mi mamá me ama” y ¡esa misma mamá le pone las manitos al niño en la estufa caliente! O “amo a mi papá”, y ese mismo papá...

Es necesario acercar las tendencias de la globalización al sector oficial y privado para una adecuada intervención social en la cultura juvenil de nuestra época y en este sentido se debe educar en la multiperspectividad, respetar las diferencias.

Debemos los (as) maestros (as) orientar nuestra “mediación cultural” hacia una lectura comprensiva del “mundo de la vida” que les permita a los jóvenes interpretar la realidad, adquirir conciencia crítica y formación política sobre el acontecer “glocal”. En otras palabras, acercar la intervención social para ayudar a la juventud a despertar de esa ensoñación tecnológica o de ese “sonambulismo tecnológico”- reitero-, no excluir la formación humana de esta tendencia, pues, el bache generacional, hoy, es más grande, un agujero negro si no se toma conciencia de él.

En este sentido, se debe tratar de reconocer algunas características de la cultura juvenil actual. Con antelación se definió como una cultura de la imagen y “teledirigida” (Sartori) o “digigeneracional” (mismo autor), absorta en la tecnología; además de su tendencia “hedonista y narcisista” (Lipovetsky). La misma influencia de los medios de comunicación y la sociedad de consumo hacen que nuestra juventud esté inmersa en una “sexducción”, -término acuñado también por Lipovetsky-, jóvenes alienados por el sexo, la seducción, la moda, el rock, el reggetón, el vallenato, lo efímero, lo “light”, la imagen, el ciberespacio, la pornografía, la realidad virtual, la televisión; alejados cada vez más de su entorno familiar, próximos al suicidio, a la fragilidad para resistir el dolor, la depresión, la neurosis, la drogadicción. Distantes de profundizar en los valores, sin identidad ni autoestima se buscan a sí mismos en el reflejo de los grupos a los cuales se unen y en los que se alinean según sus afinidades, sus gustos. No hay búsquedas, sólo un facilismo que los invita en su día a día a vivir intensamente, el placer per se, sin nada que los ate, los comprometa o los obligue a pensar, “ya ninguna ideología política es capaz de entusiasmar las masas; la sociedad potsmoderna no tiene ídolo ni tabú, ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico movilizador; estamos, ya, regidos por el vacío, un vacío que no comporta; sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis” ( “La era del vacío”, Lipovetsky,)

No son estas características de la cultura juvenil propias de un estrato; coinciden en todas las escalas sociales: jóvenes indiferentes, casi veletas, sin opinión, muy globalizados. Lamentablemente para nosotros como país, en esta cultura se nos está perdiendo una generación; ellos son los jóvenes de los sectores populares que, conviviendo con estas características propias de su momento histórico, deben agregar sus pocas posibilidades de calidad de vida: miseria, desescolaridad, violencia intrafamiliar, la búsqueda del parche, el pandillaje juvenil, asaltar las jerarquías de estos grupos para apropiarse del “cacicazgo”, desempleo, conflicto armado, guerrilla urbana, delincuencia, drogas, sicariato como una forma de subempleo que alivie un poco su miseria y sus necesidades de consumo: marcas, sexo...etc.

Allí, en esas luchas de barrios, venganzas, (recordar la película colombiana: “La vendedora de rosas”) y defensa de territorios, mueren diariamente cientos de jóvenes en nuestro país...Tienen una expectativa de vida máxima de 20 años, “vive intensamente porque morirás pronto” y, ya, cuando mueren, dejan descendencia... niños y niñas que crecerán en estos barrios marginales, mañana estarán en los semáforos y, así, un círculo vicioso frente al cual no se están tomando medidas.

Esta cultura juvenil, los padres y maestros que realizamos la intervención social no la entendemos. No se toman actitudes dialógicas; al contrario, está el reproche y el señalamiento; se discrimina, se acusa o se actúa con indiferencia e indolencia ante esta realidad; como un vaticinio para estos jóvenes “si yo no me hubiera hecho, me habrían hecho de todos modos” (Germán Muñoz). Se encarga de convertirlos en eso...jóvenes sin esperanzas, delincuentes, padres a temprana edad, sicarios, etc.

Ante estas situaciones, la sociedad incurre en el facilismo de “no es conmigo, no son mis hijos”; pero cada vez nuestro país se va pareciendo más a la frase tristemente célebre, aunque suene a cliché de William Ospina: “Colombia se está convirtiendo en un país donde los pobres no comen, la clase media no compra, y los ricos no duermen” Y le agregaría ...y los jóvenes se mueren...muy jóvenes.

Y se siente una tremenda soledad de Estado, de gobernabilidad, un desamparo de la niñez y la juventud por parte del gobierno y de la sociedad misma. Políticas de juventud enunciadas mediante leyes y decretos ampliamente citados en el texto “Jóvenes, cultura y desarrollo humano” (Germán Muñoz), pero sigue el interrogante: ¿Qué es una política de juventud? (op.cit). y agregaría, ¿en Colombia existe una política de juventud?,
¿Por qué se quieren privatizar las universidades oficiales? ¿Y los colegios y escuelas?,
¿Por qué Colombia es el segundo país del mundo donde asesinan más maestros (as) al año?.

Debemos los maestros (as) leer la cultura juvenil de hoy, y hacer una intervención social , más humana, más afectiva. La violencia que vive nuestro país traspasa los muros de escuelas y colegios; el desarme debe comenzar desde el lenguaje.

En efecto, no sólo con el lenguaje nos expresamos; nuestros gestos y actitudes desobligantes agreden, minan la autoestima, generan odios, rencores. La escuela es un espacio de diálogo y concertación. Los muchachos y muchachas deben encontrar un ambiente vacío, pero de hostilidad; cualquier cultura, sea juvenil o la nuestra, es capaz de acercarse a quien le ofrece diálogo, respeto, tolerancia. Ésa es la mejor manera de intervenir socialmente en nuestra cultura juvenil...Es el camino para la “mediación cultural,” como la planteaVigotsky.

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