lunes, 24 de enero de 2011

Crónica

LOS MOMENTOS OSCUROS
Por: Luz Dary Echeverry Serrato
Escuchó la alarma del nuevo amanecer, ese interminable sonido, media hora antes, sus ojos ya estaban abierto. No se había levantado de la cama porque sentía angustia, miedo. Esa mañana parecía más triste que todas las anteriores.
Se levantó por obligación, hubiera querido no hacerlo; pero cumplía horarios y era responsable.
Desayunó y se fue a trabajar, lloviznaba, esas gotas de agua casi invisibles mojaban más.
Al bajar las escaleras vio tres cucarachas volteadas hacia arriba, una de ellas todavía se movía.
El trayecto a su oficina era corto, casi que el carro llegaba solo; saludó por cortesía y se encerró en ese rectangular cuarto donde había transcurrido más de la mitad de su vida. Revisó los contratos que se firmarían ese día, al mediodía su estado de ánimo empeoraba; miró por la ventana, llovía fuerte y en las calle se veían cientos de carros detenidos. Vio una mosca en vidrio, era más grande y fea que cualquiera; parecía eterna esa mañana como sus noches de insomnio. Salió a almorzar y se encontró con sus compañeros en la terraza de un hotel, la comida siempre era insípida.
Regresó a su oficina y continuó revisando documentos. Detuvo su mirada en la foto familiar; pronto sus hijos terminarían la carrera…Ella, su esposa, cada día más distante y solitaria. No imaginaba su vida juntos cuando los muchachos se fueran, ya nada los uniría, de donde sacaría valor para seguir soportando los interminables silencios de ella ¿Cómo abandonarla? Miró hacia el techo y había más moscas, incontables, sintió asco, asco de todo. Llamó a su casa –todo estaba bien-; entregó todos los documentos a las 4:00 p.m, se reunió con el equipo operativo de la empresa –Qué día tan largo-, terminó su jornada y se dirigió con un compañero al parquedero; al abrir el vehículo, salió de él casi rozando su cabeza una gran mariposa negra. Nada lo sorprendía; sólo era un bicho más, “muerto fijo decía la abuela”, recordó.
Al acercarse a su casa, pensó: -La vida no tiene sentido, todos los días hacer lo mismo, no quiero hacer nada, me siento solo en todas partes- descendió de su carro, un joven que pasaba en ese instante le preguntó la hora; miró su reloj –Las 7:00 p.m-, trece horas desde que se levantó, un día frío como su alma no se sorprendió cuando el joven lo miró a los ojos y sacó del bolsillo un revólver; esperó tanquilo, casi aliviado, sus momentos oscuros habían terminado no escuchó hada eran las 7:05 p.m
Cali, 22 de enero de 2011.

APRENDER A LEER

APRENDER A LEER
Por: Luz Dary Echeverry Serrato.

Mi experiencia de Aprender a Leer fue tardía y dolorosa; estaba próxima a cumplir siete años de edad, era una niña demasiado flaca, larga, débil y rebelde. Vivía con mi madre, abuelos y tíos, a falta de un padre responsable; todos en la casa, de ellos, porque tampoco era de mi madre, se sentían mis papás para mandar y obligar pero muy poco afecto.
La casa era grande y estaba ubicada en un barrio que empezaba a formarse; al atravesar un extenso lote había un colegio con dos salones y muchos niños. De pronto en la casa, alguien se acordó de que yo no había comenzado a estudiar y de que a mi edad ¡no sabía leer! De modo que tendrían que enseñarme de manera acelerada y con la metodología de la época “la letra con sangre entra” para que así me recibieran en el colegio.
En efecto, la letra con sangre entró y para ser sincera ¡no me gustó! Luego, tampoco entendí la dinámica de ese pequeño colegio en el que la profesora gritaba todo el tiempo y explicaba con una regla en la mano.
Al finalizar el año escolar me matricularon en una escuela pública ¡era mejor! Tenía corredores, patios, muchos niños y profesores. Allí aprendí a cuidarme, siendo mejor estudiante cada día para no ganarme un reglazo, una “mechoneada” o un pellizco.
Pero un día ocurrió algo hermoso, estaba en segundo grado y tuve la oportunidad de abrir un libro, que tampoco era mío, nada era mío, había en él un dibujo : un árbol frondoso y lejano en una noche, la lectura trataba de la paz y bondad de los árboles y las estrellas. Me fascinó; lo leí muchas veces, cuarenta años después sigo buscando esa lectura.
Después leí en un libro un texto corto que explicaba qué era una ciudad y empecé a entender que vivía en un barrio de una ciudad y que yo formaba parte de un mundo y quería saber y conocer más.




A partir de esos momentos me encantó leer y aprender o aprender y leer que para mí es lo mismo. Luego leía fábulas y cuentos y conocí “La lechera”, esa muchacha que lleva un cántaro de leche sobre su cabeza para venderla y va contando y cantando sus sueños, se imaginaba todo lo que haría cuando vendiera la leche y cómo a partir de allí ella se convertiría en una mujer muy rica. Todos conocemos que derramada la leche se desvanecieron sus sueños, quien termina “llorando sobre la leche derramada”
La lechera para mí es un símbolo, una vez la pinté en cerámica y mi hija mayor cuando era pequeña la quebró. Siempre he creído que con esa fábula se debe aprovechar y enseñar a soñar, decirles a los niños que inventen otro final; yo creo que la muchacha buscó otro trabajo para comprar de nuevo su cántaro y la leche y siguió soñando y realizando hasta que en verdad se convirtió en una mujer muy rica y bondadosa que le enseñaba a todos a soñar y contaba su historia.
Así crecí, desarrollé una pasión por la literatura que ha sido horizonte en mi vida y cuando me alejo de ella, algo, un centro me falta. Mi encuentro inicial con las letras fue trágico pero he vivido incontables horas disfrutándola y como esa humilde muchacha, soñé, seguí soñando constante, cada noche, cada mañana y realizando mi proyecto de vida, el cual para mí no tiene ese nombre, pues mi vida es un proyecto diario y si un día despierto sin un proyecto, estoy segura de que ese día no seré capaz de levantarme de la cama.

Cali, 23 de enero de 2011.