jueves, 1 de julio de 2010

¡Literatura cómo te amo!

A LA CAZA DE RUBIANO
(Tomado de “Necesitaba una historia de amor y otros cuentos de Bogotá” de Roberto Rubiano)
Se obvian las comillas, pues todas las frases son subrayados de la obra citada.
Están frente a mí otra vez. Han vuelto como regresan las malas noticias.
Yo sabía que eso de convertirse en escritor no es sencillo. Hacerse un hombre es difícil, pero ganarse la vida con el oficio es casi imposible. Cristina se burla de mí cuando hablo de esas cosas. De hecho, cuando le pregunté, esa noche, que cómo era el asunto de los libros de autoayuda, me respondió: no sabes cómo es el mundo real en el medio editorial. Los libros no se venden. Nadie lee. Nosotros ya no hacemos libros, hacemos productos. Pues de eso es de lo que estoy hablando, le respondí: de hacer un producto vendible, fácil, algo de interés general, como dicen tus jefes. Pero lo que si no estoy dispuesto es a dar la cara.
Era una idea sencilla, como todas las buenas ideas.
Porque lo que yo escribo no se vende, o al menos no logro vendérselo a los editores.
Yo lo soportaba básicamente porque no esperaba nada de él.
Vender libros es un arte difícil.
El lente no miente, reduce las facciones de una persona a dos dimensiones y permite percibir lo esencial de la personalidad. Detrás del gesto vanidoso, del lado del cual cada uno cree salir mejor, está ese rostro humano que nunca es simétrico, y más allá el alma, que es menos simétrica aún.
Yo era fiel a aquella premisa que señala que detrás de todo abogado hay un poeta, un político o un ladrón.
La foto era un símbolo para formalizar nuestra relación, dejar atrás el tranquilo territorio del sexo sin afanes y entrar al de los afectos, los celos, el amor y otras complicaciones.
El arte es una forma de suplantar a Dios y hay que castigar tanta soberbia.
He visto demasiados objetos de arte guardados en lugares donde nadie los apreciaba, donde se los guardaba por codicia más que por amor.
Para contribuir a que la especie humana adquiriera un poco de humildad.
…de que haya influido en alguien, motivado por amores, los odios o la capacidad de trabajo de otro.
Por eso es en la escritura donde nos encontramos con nuestro pasado y podemos asumirlo sin vergüenza o con la trampa de la máscara. La literatura es una forma de vivir. Por eso sigo detro de este libro que no termina de escribirse. El de mi propia vida. El de la melancolía.
No creí que su proyecto fuera algo serio, me pareció uno de esos sueños recurrentes de los escritores que remplazan su oficio con charlas especulativas sobre obras que no escriben jamás.
Todo escritor, en mayor o menor medida, invade la vida ajena.
Por aquella obsesión de tener en la mano un libro propio, ese objeto de cartón y tinta –fetiche de todo escritor novato-
Si los publico ahora, la gente me va a pedir más y no tengo más historias que contar.
En cambio, yo sólo era una entelequia de escritor que redactaba cuentos que nadie leía y artículos que se publicaban en suplementos literarios de provincia y en revistas de escasa circulación.
Comenzaba a comprender que la literatura no era una distinción social, sino un exigente y difícil arte que nos absorbe la vida misma a cambio de sus dispensas.
Yo, después de ser un implacable crítico de los escritores que no escribían, terminé por dejar la literatura.
Es cierto que para escribir basta tener ganas, una hoja de papel y lápiz, pero a medida que pasan los años comienzan a faltar otras cosas: esa sintonía interior con el propio destino, como la del monje budista con el universo. Todo eso que yo descubrí temprano en mi vida y temprano desprecié, como tantos otros amigos que alguna vez soñamos con la literatura, con el arte y terminamos atrapados en malos empleos y malas vidas. Pues cualquier vida, por buena que sea, es un castigo para los que como yo descubrimos la sabiduría de la literatura y como traidores renunciamos a ella.
El trato diario con el oficio literario le había proporcionado la modestia que ninguna otra circunstancia de su vida pudo inculcarle.
Era un monje sintonizado con ese espíritu de la poesía que a través de la historia de la humanidad nos ha convertido en animales fabuladores.
A este le pareció extraño que se lo pidiera, ya que él era casi un analfabeta, pero se sintió honrado de que su amigo intelectual se fijara en él para dejarle leer su manuscrito y prometió que así lo haría.
Como todo lo que se escribe ahora en este país. Sobre narcotraficante o guerrilleros. Sobre muerte y violencia no es una novela de amor, eso si se lo puedo asegurar-dije-. Es la típica novela que podría escribir un periodista.
Pero sí conozco algunas cosas que no se enseñan en ninguna universidad. El valor de la lealtad. El valor de la decencia. Y el costo de un buen nombre.
Pero la ciudad ya no lo recordaba.
Un negocio es como un atraco, sostiene el Gurú Mejía en uno de sus apólogos escritos con tiza sobre el piso de la azotea. Mientras más rápido, hay menos heridos.
Si me hubiera quedado en el invernadero, leyendo a Antonio Machado o escuchando a Thelenious Monk, hubiera ganado más dinero, porque hubiera gastado menos.
Me dio un bofetón con el revés de la mano y antes de que reaccionara me repitió la dosis. Entonces olvidé la dignidad y corrí escaleras abajo…
Quien vive en la violencia vuelve su piel una armadura, en insensible ante el dolor.
A veces basta un pequeño detalle para que la existencia sufra un desajuste total. Estaba en medio de un conflicto que nunca busqué.
Las paredes estaban decoradas con espejos que nos obligaban a mirarnos aunque no quisiéramos.
Pensé que debía pasar al otro lado del espejo y averiguar qué habría allí.
Él confió demasiado en mi debilidad.
Cuando desear cosas de la vida todavía era útil.
Los cuentos, algunos de ellos mal redactados y no del todo resueltos, se incluyeron de cualquier manera (…) Así comenzó a buscar editores. Buscaba sus direcciones en la guía telefónica, llegaba sin pedir cita y regresaba de mal humor por el trato recibido.
Ahí me contaba cómo lo habían rechazado los pocos editores de la ciudad. La escena se repetía una y otra vez. La mayoría ni siquiera aceptaba el manuscrito para lectura.
José María sostenía que este país de mierda sólo permitía cosas mal hechas, por eso se dedicaba exclusivamente a los libros piratas.
Cualquier cosa que haga más barato el libro es positiva, pero hay nuevos talentos, como los que están incluidos en mi antología sobre el ajedrez.
-No se trata de ayudar a la gente, ni de difundir cultura, ni un carajo.
-Es un negocio, nada más.
-Es una forma de vulgarizar la cultura-continuó Larsen Gutiérrez-, de llenar el mundo de falsificaciones. Es un hecho ideológico, estético, incluso.
La única posibilidad para la literatura es que desaparezcan los egos. Que se rompa la larga cadena de la literatura donde la plata se queda con las Carmen Balcells y los Carlos Barral.
-¿Por qué no se va a hacer la guerra en otro lado? A los bancos, a las financieras, a los explotadores, por ejemplo –reclamó Jefferson-. ¿Por qué le jode la vida a los escritores?
Si los primeros que los piratean son sus propios editores.
El día que encuentre un libro suyo pirateado y de venta sobre un andén, sabrá que habrá triunfado como autor. Los editores piratas somos la medida del éxito para cualquier escritor.
Debido a esta creencia había terminado por despreciar la música, el libro y el cine, pues si la cultura no servía para hacer mejores a los hombres, entonces no tenía sentido que existiera.
La literatura volvía a ser un conjunto de cosas buenas.
En qué editorial quiere publicar: ¿Planeta? ¿Seix Barral? ¿Sudamericana?, escoja tranquilo-le decía enseñándole los negativos con los logotipos de las editoriales.
Sobrevivió unos años más en el negocio de los libros de mentira, antes de que la piratería la tomaran editores más emprendedores que él.
Esto sucedió en un tiempo en el cual la literatura, como la revolución o como el primer amor, era una esperanza. Un tiempo en el que la gente creía que las ideas eran importantes.
Ese tiempo cuando la ilusión era la forma más perfecta de felicidad.
Nosotros lo soportábamos porque hablar no hace daño.
Notaron con repugnancia el aire de ausencia que le daba el ojo de vidrio flotando en la cara y apuntando siempre en una dirección indefinida.
Él dice que estuvo en la guerra de Corea, allá lo alimentaron bien y aprendió inglés, por eso es fuerte y avispado. Eso dice.
Ella es una mujer casada, así que toda discreción es poca.
Sentí en las entrañas el mordisco de la culpa. Esa fiera que persigue el deseo y castiga el placer.
Colombia es el país perfecto para investigar sobre la conducta violenta del ser humano.
El conocimiento es la forma superior de la civilización; algún día ustedes conocerán mejor su país y podrán evolucionar a una forma superior de vida.
Resultaba absurdo que la migración campesina que estudiaba Rochester determinara mi propia movilidad social. Comenzaba a entender la desesperación de esos campesinos. Este país sólo ofrece dos opciones: abrirse camino a tiros, o marcharse.
Estaba claro que la verdad puede saberse, pero nunca divulgarse.
Y pensé que entre el placer y el deber, a los fracasados siempre nos queda el placer.
Hasta ahí, nada extraordinario; pero unos meses antes de publicar la novela, Galves tuvo el primer indicio de que algo comenzaba a cambiar en su vida por culpa de la literatura.
En aquellos años, para un escritor desconocido no existían muchas posibilidades de editar un libro y Galves no conocía a nadie del medio.
…habló con entusiasmo, con la pasión que cualquier creador siente al comentar una obra concluida.
Galves se acomodó en una silla a esperar la crítica que nunca llegó. Había cruzado ese espacio vacio que separa al artista del esquivo público al cual se dirige, y merecía un descanso.
…y aunque tenía casi cuarenta años, pensó que aún podría dedicarse a la literatura.
Por primera vez en mucho tiempo tuvo ganas de llorar y comprendió la dimensión exacta de la tristeza.
Lo demás fue previsible. Sus colegas no leyeron la novela. Se les extravió por ahí, entre los papeles del escritorio.
Me invitaba a tomar un café amargo y se refería a su novela como “la pendejada esa que escribí”.
Que tal vez quiero ser escritor, aunque no tengo nada que decir.
Ocurría a menudo. Algún despistado decidía publicar chismes de familia y sus parientes se dedicaban a recoger la edición tan pronto como llegaba a las librerías.
Los cuartos de portería son paso obligado de los chismes de edificio (el amor, la muerte y los ladrones cruzan siempre frente a ellos). Son el recinto perfecto para un novelista.
Toda su investigación no era más que ficción. Parte de su novela, de ese único libro siempre repetido que forma la obra de todo escritor.
Yo mismo era un párrafo más de ella.
La suya era una obra fundada en sembrar duda sobre cada hecho de la vida cotidiana.
Lo real es que en ella, así como en la vida diaria, todos somos cómplices de las pequeñas o grandes tragedias que afligen al país.
…Y siente palabras que vienen en tropel.
Recordó una película de gángsters que había visto hacía poco, en la cual el protagonista decía que uno jamás escucha el disparo que lo va a matar.
Pero Jaramillo no escuchó los disparos…
Era evidente que ninguno de los dos intelectuales lo consideraba su igual, por eso lo habían dejado de lado en la conversación.
La guerra no tiene modales.
Los cadáveres y las casas incendiadas señalan el paso de las tropas de la insurrección…La tropa se alimenta robando a quienes van a liberar.
No hay moral que soporte tanta hambre. Estamos derrotados antes de entrar en batalla…
Subrayados de Luz Dary Echeverry Serrato. ¡TENAZ!
Cali, 30 de junio de 2010.

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